viernes, 13 de julio de 2007

Hace tiempo...

Hace tiempo que no duermo
y es que me falta una almohada,
la de tu pecho tan tierno,
la de tu alma de plata.

Hace tiempo que no duermo
y es que me falta una manta,
pues sin tu piel yo me hielo,
sin tu risa hay escarcha.

Hace tiempo que no duermo
y es que me falta la clara
transparencia de tu voz
al despertar por la mañana.

martes, 10 de julio de 2007

En este mismo instante
hay un hombre que sufre,
un hombre torturado
tan sólo por amar la libertad.

Ignoro dónde vive, qué lengua habla,
de qué color tiene la piel, cómo se llama...
pero, en este mismo instante,
cuando tus ojos leen mi pequeño poema,
ese hombre existe, grita,
se puede oír su llanto de animal acosado
mientras muerde sus labios
para no denunciar a los amigos. ¿Oyes?

Un hombre solo grita maniatado,
existe en algún sitio.
¿He dicho solo?
¿No sientes, como yo,
el dolor de su cuerpo
repetido en el tuyo?
¿No te mana la sangre
bajo los golpes ciegos?

Nadie está solo. Ahora,
en este mismo instante,
también a ti y a mí
nos tienen maniatados.

lunes, 9 de julio de 2007

Yo ví unos ojos garzos
en un busto de mármol
con los cabellos del oro
de una gran puesta de sol.

Yo ví un corazón tierno
que se brindaba al amor
como hace el vino espumoso
al que bebe con ardor.

Y pensé que me había enamorado.

Pero ví unos ojos negros
de azabache, de pasión,
y de un color oscuro
se me nubló la razón.

La piel, de color blanco,
a gozarla me invitó,
como cuando Dios habló
y la Virgen se postró.

Y pensé que me había enamorado.

Más luego tuve en un sueño
una efímera ilusión,
niebla, luz, fantasma vano
de una imposible misión.

Sin corazón y sin cuerpo
sin tacto y sin pasión.
Ella no puede darme amor,
pues sólo es una visión.

Y supe que me había enamorado.
Quiero y no quiero querer
a quien no queriendo quiero.
He querido sin querer
y sigo, sin querer, queriendo.
Si porque tú me quieras
quieres que te quiera más
te quiero más que me quieres
¿qué más quieres? ¿quieres más?

viernes, 6 de julio de 2007

Un beso

¿Qué es un beso?
Es morir un poco
perdiendo el aliento.

¿Y un abrazo?
Es la fusión de dos almas
en un cuerpo.

¿Qué es un sueño?
Es morirse y fusionarse
al mismo tiempo.

¿Y un infierno?
Es vivir eternamente
sin tus besos.
Al perderte yo a ti, tú y yo hemos perdido:
yo, porque tú eras lo que yo más amaba;
y tú, porque yo era la que te amaba más.

Pero de nosotros dos tú pierdes más que yo:
porque yo podré amar a otros como te amaba a ti,
pero a ti no te amarán como te amaba yo.
Una palabra, una mirada,
una caricia y un beso.
Fueron los pasos que yo seguí,
después de los cuales
me enamoré de ti.

Tres largas vidas estuvimos juntos,
a la cuarta no sobreviví,
víctima del desengaño y del silencio
del chico que perdí.

Blanca como la luna

Y por fin llegó la noche,
y con ella la luna y las estrellas,
y con ellas las sombras,
y entre las sombras tú.

Y como el viento al acariciar las hojas
tu hado en mis pupilas paró: blanca como la luna,
de negro como la noche y radiante como el sol.

Y como el viento a esas pobres hojas
me susurraste unas palabras
avivando el fuego de mis ojos, de mis labios,
de mi córazón...

Esa noche me diste la hiel de tus besos,
la miel de tus yagas
y el vino de tus lágrimas;
me diste dolor, amor, ira, pasión...
me diste todo y no me diste nada.

Pero esa misma noche decidiste marchar.
Y yo quedé tirado, hundido, roto,
ahogándome en mis lágrimas.
Y entonces te recordé
tal como tú fuiste:
blanca como la luna, de negro como la noche y radiante como el sol.

jueves, 5 de julio de 2007

Mortal y rosa

Mortal y rosa, rosa mortal, dardo espinoso de rosa cola,
corazón de gasas rosas en un cuerpo de agrio fajín,
te sabes preciosa y te exhibes entre las hojas, entre tus almenas,
viéndote deseada te regodeas detrás de tus agujas y esperas,
esperas que la sangre riegue tus cimientos de vida.

Pero cuando el castillo es fuerte de presencia
dentro hay un débil de pensamiento,
por eso tú, rosa, mortal rosa,
pereces coqueta al tiempo, sucumbes marchita a la edad.

Y si tienes suerte, mucha suerte,
quedas prendida de la solapa de algún galán.
Ay; mortal y rosa, tan vulgar... tan hermosa.

Un día volveré

Un día volveré a buscar los cristales de tus lágrimas
y formaré un espejo donde verme llorar.

Un día volveré a recoger el azucar de tus besos
y con él en la boca me moriré de hambre.

Un día volveré a por el frescor de tus caricias
y con el hielo en el cuerpo me moriré de calor.

Un día volveré necesitada del aire de tus abrazos
y con las manos al cuello me moriré asfixiada.

Un día volveré pidiendo el refugio de tu cuerpo
y, apoyada en tu pecho, de miedo me moriré temblando.

Un día volveré a buscarte, a recogerte, a por ti,
necesitada y pidiendo, y tú no estarás allí.

miércoles, 4 de julio de 2007

La más bella historia de amor


Estamos en los tumultuosos primeros compases del siglo XIII. En Teruel suenan campanas de boda; es el sonido que recibe a un caballero que, exhausto, llega a la villa por la cuesta de la Andaquilla.

Se trata del popularmente conocido como Diego de Marcilla, que regresa rico y famoso tras tomar parte en múltiples batallas. Diego está enamorado desde niño de Isabel de Segura con un sentimiento
correspondido. Pero mientras que ella es de una familia importante, él es hijo segundo de otra más modesta. Sin embargo, el padre de Isabel accede a darle cinco años de tiempo para enriqueciese, tras los cuales y con este requisito podrá desposar a Isabel. Corre el año 1.217. El mismo día que cumple el plazo, Diego regresa a Teruel.

Al poco de llegar, es informado de que el ambiente festivo y el engalanamiento de la villa se debe a que Isabel de Segura acaba de desposarse. La presión de la familia y un pretendiente muy principal, han acelerado el enlace.

Los sentimientos de Diego son contradictorios: cólera, pesar, desazón, rabia... Decide ir al encuentro de su amada, para escuchar de su boca que se ha casado con Pedro Fernández de Azagra, hermano del Señor de Albarracín.

Le pide un beso a Isabel, pero ella se niega porque ahora pertenece a otro hombre. Diego no resiste la negativa, es como si algo se le rompiera por dentro. Cae fulminado al suelo. Ha muerto.

Al día siguiente, las campanas de boda han trocado sus tañidos por los de funeral. Una comitiva triste y silenciosa transporta el cadáver del infortunado amante depositándolo en el templo. Cuando van a comenzar los funerales, sale de entre el gentío una mujer con la cara velada que se acerca al fallecido: es Isabel de Segura.

Destocándose, se acerca a su amado para darle el beso negado en vida, lo deposita en sus fríos labios y se desploma muriendo sobre él. La tradición asegura que murieron de amor, por eso fueron enterrados juntos, y juntos han permanecido hasta hoy.

lunes, 2 de julio de 2007

Marie Duplessis se anunciaba receptiva a proposiciones románticas con una camelia blanca. La roja aconsejaba paciencia.

La dama de las camelias fue la cortesana más solicitada de su época. Pero aunque Marie Duplessis compartió sus favores con muchos nobles y adinerados parisinos, fue su relación con un joven modesto lo que le trajo la fama.

Luego de un día de cabalgar en el campo, el joven alto y de anchos hombros -impecablemente vestido corno siempre, aunque apenas podía darse ese lujo- salió con un amigo a los teatros de París. En el Théâtre des Variétés, Alejandro Dumas pasaba más tiempo viendo a las atractivas mujeres en sus palcos que en el escenario.

Entre el público de esa noche de septiembre había varias integrantes del demimonde, una clase de mujeres que se encontraban justo en el borde de la sociedad respetable. Aunque apoyadas por los hombres ricos y generalmente mayores a los que daban sus favores, estas mujeres ansiaban el verdadero amor de los jóvenes, aunque fueran pobres. Por lo menos así lo creían los jóvenes, como Alejandro Dumas, que tenía entonces 20 años. Lo atrajo una mujer en especial. "Era alta y muy esbelta, de pelo negro y complexión blanca y rosa", escribió después. "Su cabeza era pequeña, de ojos alargados que tenían el aspecto de porcelana de las mujeres de Japón. Pero había en ellos algo que indicaba una naturaleza orgullosa y vital... Podía ser una figurilla de Dresden." La mujer tan arrobadoramente descrita por el emocionado escritor era Marie Duplessis, la cortesana más afamada de la época. La mujer también se fijó en Dumas, porque poco después hizo señas a su amiga Clémence Prat, que conocía al joven. Al final del espectáculo, madame Prat invitó cordialmente a Dumas y a su amigo a su casa, que estaba casualmente junto a la de Marie en el elegante boulevard de la Madeleine. Luego de un corto lapso, Marie llamó a su vecina desde la ventana para decirle que estaba aburrida por la visita de un conde indeseable, y que ansiaba compañía. Madame Prat, y tras ella los dos jóvenes, entró a hurtadillas.

Cuando el conde se fue, Marie sirvió una cena con champaña a sus tres invitados. Pero al final de la cena sufrió un acceso de tos y tuvo que salir de la estancia. Dumas fue tras ella y la encontró desmayada en un sofá. En el agua de un recipiente de plata había sangre. "¿Sufres?", le preguntó el joven. "Muy poco. Ya estoy acostumbrada a esta clase de cosas", le respondió la hermosa mujer. "Te estás matando", le dijo el joven. "¿Por qué de pronto esta devoción? ¿Estás enamorado de mí?", quiso saber ella, interrogándole con obsesión hasta acorralarlo. Cuando él titubeó, ella le exigió una declaración, pero le previno de dos consecuencias: "Puede ser que te rechace, en cuyo caso te sentirás agraviado por mí; pero puede ser que te acepte, y te verás con una amante abatida, con una mujer nerviosa, enferma y melancólica, cuya alegría te parecerá aun más triste que su dolor."

El encuentro de Alejandro Dumas y Marie Duplessis tuvo lugar a principios del otoño de 1844 y fue seguido por un breve y agridulce romance, pero el argumento pertenece a una novela que Dumas publicó cuatro años después, La dama de las camelias.