martes, 5 de enero de 2010

Año nuevo, preocupaciones viejas

Cuando cambiamos de año a quien más quien menos le da por hacer algún que otro buen propósito. No sé... ir al gimnasio, dejar de fumar, ser fiel... hay un montón, tantos como personas. Yo siempre empiezo el año con ganas de renovarme un poco por dentro. Y este año no ha sido una excepción, claro. Lo único malo es que luego se me olvida en seguida. Siempre me propongo ser más feliz, tomarme las cosas mejor y darles menos importancia, vivir el momento, relativizar los problemas, disfrutar más... Y resulta que luego llega el primer traspiés y ¡¡zas!!! descubro que para cambiar no basta con proponérselo así a la ligera y ya está, que es un poco más complicado (y no he dicho imposible, eh??) Pero claro, tal vez los verdaderos cambios de conducta deban ir poco a poco.

Y por eso hoy estoy contenta. Porque ya sé que, básica y sustancialmente sigo siendo la misma que hace 5 días (faltaría más, oye, que yo además me molo un montón!!), pero hace un rato he encontrado una libretilla de los últimos meses de 2008 y me ha horrorizado descubrir el estado nervioso en el que me encontraba. En serio, entonces no era capaz de verlo, pero la verdad es que no querría volver a eso por nada del mundo. Vamos, que he descubierto que sí que había cambiado. Y que tal vez no haya sido de golpe, de un día para otro, pero, así, a la larga, se hace evidente. Y no digo para los demás. Me refiero a mí. Que al fin y al cabo soy la importante en esta historia. Y me queda mucho, es cierto. Pero tal vez menos de lo recorrido. Ahora lo sé. Y queda mucho porque el punto de partida era muy profundo. Ahora, he alcanzado la superficie. Y me tengo que concentrar en seguir subiendo hasta 1 metro con 75, por lo menos. Ya sé que como yo soy más bajita, me tendré que poner tacones. Pero no pasa nada. Lo que sea para mirarlo frente a frente, de igual a igual, o, si me apuras, hasta un poco por encima del hombro...

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